“¿Sabes lo que es un beso?” preguntó Wendy pasmada.
“Lo sabré en cuanto me lo hayas dado,” le contestó. Y, para no herirle, Wendy le dio un dedal.
“Y ahora, ¿te doy un beso yo?”. Dijo él.
Y ella replicó con cierto remilgo: “Si lo deseas”.
Perdió bastante dignidad al inclinar la cara hacia él, pero él se limitó a ponerle la caperuza de una bellota en la mano, de modo que ella movió la cara hasta su posición anterior y dijo amablemente que se colgaría el beso de la cadena que llevaba al cuello. Fue una suerte que lo pusiera en esa cadena, ya que más adelante le salvaría la vida.