Sex in the Digital Age Online

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¿La tecnología al servicio del hombre o el hombre al servicio de la tecnología? Nuestros móviles pueden ser como una plaza pública donde practicar nuestros linchamientos digitales autorizados, y nos es muy fácil detectar ese gen que nos pervierte y muy difícil aceptar que el problema reside en nuestra incapacidad para ponernos en el lugar del otro. Tenemos que reconocer que somos nosotros quienes decidimos cómo usar la tecnología y con qué fin, pero eso nos supone demasiada responsabilidad. Caer en la cuenta es gestionar nuestras propias decisiones, es saberse libre, someterse a un juicio ético y moral, pero en el fondo preferimos descargar sin pensar si nuestra bala será o no mortal para quien la reciba. Asistimos impasibles al espectáculo. Las redes sociales se han convertido en nuestra pelota antiestrés, inerte, aséptica en emociones, a la que podemos recurrir en situaciones de ira desbordada. Y naturalizamos que podamos apretar, estrujar, linchar y liberar en ellas nuestros miedos, frustraciones, sin sufrir represalias, sin que nuestras neuronas espejo se inmuten. Porque es más fácil apretar el botón de la bomba atómica desde una sala de reuniones en Washington D.C. que apretar el gatillo de un rifle de asalto mientras tu víctima te mira a los ojos.

 

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